Sometimes I feel nobody gives me no warning
Find my head is always up in the clouds in a dreamworld
Its not easy living on my own
Las odiaba a todas sin excepción… su vida estaba marcada por las mujeres y no podía hacer menos que despreciarlas…
Los manotazos de su abuela cuando chiquito se metía la mano a los calzones para curiosear su penecito, sus tías mirándolo con desprecio por ser la vergüenza de la familia, su madre de puta barata reconociéndola solo por su olor almizclado y la pintura corrida.
El destino no podía haber sido menos burlón con él: medio bruto y feo, siempre mangoneado por la tribu de mujeres que se le había concedido por familia… la entrepierna muerta de tanto estrógeno en el ambiente… las odiaba a todas.
Un turno de 10 horas en un sitio de taxis cercano a la central de autobuses del norte, el de los taxis seguros, obligatoriedad de llevar a todo espécimen a su destino, todos los colores, todos los acentos, toda la vorágine de estímulos concentrados en la cabina del astra…
Primer acto.
Cabello a la Victoria Beckham, cháchara barata, “me llevas a Santa Fe y no me de muchas vueltas”, el i-phone… “weee ya estoy en camino, en taxi ya sabes… me pides un cafecito que tengo muuuuuuuucho que contarte; le bajas al radio si? Me interrumpe la conversación”. No toma los puentes que señalan a la derecha el acceso al centro comercial, la wannabe termina en la delegación Cuajimalpa con el cuello roto, con i-phone, sin café y el cabello despeinado.
Segundo acto.
El traje sastre gris mil rayas, una blusa blanca impecable, tacones negros del 12 y un portafolio Luois Vuitton, “Masaryk, yo le aviso dónde…” un frenazo brusco, porque otro taxi se cerró…. “estás pendejo? Conoces los colores del semáforo? Me bajas en la próxima esquina y te olvidas de que te pago…” En las afueras del mercado de Buenavista un cadáver de rostro desfigurado, el forense solo atinó a suponer que las patadas le habían destrozado el cráneo, su bolso estaba intacto.
Tercer acto.
Obesa, amorfa, el sudor agrio mezclado con el perfume barato… un morral atravesando su enormidad, unos nachos en la mano y la otra libre para parar el taxi… no soportaba el olor, el queso, el vinagre la fusión con el aroma de aquellos pliegues producto de la decidia de su portadora… La naúsea, la visión borrosa y la lucha con aquel cuerpo gelatinoso que se negaba a hundirse en el agua helada y lodosa de Cuemanco, como si de repente su habilidad desproporcionada para tragar sin parar se hubiera detenido.
Cuarto acto.
Tlalpan y metro Portales, minifalda, tacones y un top sin brassiere, agradable que hubiera sido veinteañera, hasta de 30 bien conservada… pero era cuarentona y flaca, tufo a alcohol los brazos cubiertos de pequeños abscesos, un bikini que no cubría lo suficiente y una piel que había conocido años mejores… discusión por el marcaje del taxímetro, por subir a un cliente al taxi recién lavado, por llevar una vida disoluta, por meterse donde no lo llaman… “seguro que eres joto, joto y feo”… abierta en canal rodeada de su sangre coagulada debajo del puente que eleva al viaducto Tlalpan a la altura de Calzada del Hueso.
Quinto acto.
Un uniforme blanco, una mochila con un par de libros, los zapatos salpicados de isodine y un mp3 player en las orejas… “vengo bien cansada amigo, me llamas cuando lleguemos a avenida Tláhuac”, el sueño la venció, ni siquiera estuvo tan terrible la guardia, pero ese R2 de cirugía la tenía muerta, haciéndole coco-wash en el rol A-B-C deseándo terminar en la residencia con el uniforme quirúrgico desperdigado en el suelo, pero nada solo pláticas a la luz de la luna con el discurso de intelectual y médico barato; suficiente para que en la cama 308 un anciano solo se ahogara en su vómito. No despertó, siguió durmiendo, la franela impregnada de gasolina en la boca y la bolsa de plástico en la cabeza, permitieron su descanso sin interrupciones.
No hubo sexto ni séptimo acto, un claxonazo la sacó de mi sopor… tenía la vista clavada en las manos toscas y sucias del taxista, lo desproporcionado del tamaño de las palmas contra su huesudo cuerpo apenas disimulado por la ropa y la manera encorvada de sujetarse al volante… le extendió un billete de 200 pesos y le dio las gracias, a media mañana recordó que había abordado un “taxi seguro” de la central de autobuses y que el boleto ya estaba pagado.
My therapist said not to see you no more
Las odiaba a todas sin excepción… su vida estaba marcada por las mujeres y no podía hacer menos que despreciarlas…
Los manotazos de su abuela cuando chiquito se metía la mano a los calzones para curiosear su penecito, sus tías mirándolo con desprecio por ser la vergüenza de la familia, su madre de puta barata reconociéndola solo por su olor almizclado y la pintura corrida.
El destino no podía haber sido menos burlón con él: medio bruto y feo, siempre mangoneado por la tribu de mujeres que se le había concedido por familia… la entrepierna muerta de tanto estrógeno en el ambiente… las odiaba a todas.
Un turno de 10 horas en un sitio de taxis cercano a la central de autobuses del norte, el de los taxis seguros, obligatoriedad de llevar a todo espécimen a su destino, todos los colores, todos los acentos, toda la vorágine de estímulos concentrados en la cabina del astra…
Primer acto.
Cabello a la Victoria Beckham, cháchara barata, “me llevas a Santa Fe y no me de muchas vueltas”, el i-phone… “weee ya estoy en camino, en taxi ya sabes… me pides un cafecito que tengo muuuuuuuucho que contarte; le bajas al radio si? Me interrumpe la conversación”. No toma los puentes que señalan a la derecha el acceso al centro comercial, la wannabe termina en la delegación Cuajimalpa con el cuello roto, con i-phone, sin café y el cabello despeinado.
Segundo acto.
El traje sastre gris mil rayas, una blusa blanca impecable, tacones negros del 12 y un portafolio Luois Vuitton, “Masaryk, yo le aviso dónde…” un frenazo brusco, porque otro taxi se cerró…. “estás pendejo? Conoces los colores del semáforo? Me bajas en la próxima esquina y te olvidas de que te pago…” En las afueras del mercado de Buenavista un cadáver de rostro desfigurado, el forense solo atinó a suponer que las patadas le habían destrozado el cráneo, su bolso estaba intacto.
Tercer acto.
Obesa, amorfa, el sudor agrio mezclado con el perfume barato… un morral atravesando su enormidad, unos nachos en la mano y la otra libre para parar el taxi… no soportaba el olor, el queso, el vinagre la fusión con el aroma de aquellos pliegues producto de la decidia de su portadora… La naúsea, la visión borrosa y la lucha con aquel cuerpo gelatinoso que se negaba a hundirse en el agua helada y lodosa de Cuemanco, como si de repente su habilidad desproporcionada para tragar sin parar se hubiera detenido.
Cuarto acto.
Tlalpan y metro Portales, minifalda, tacones y un top sin brassiere, agradable que hubiera sido veinteañera, hasta de 30 bien conservada… pero era cuarentona y flaca, tufo a alcohol los brazos cubiertos de pequeños abscesos, un bikini que no cubría lo suficiente y una piel que había conocido años mejores… discusión por el marcaje del taxímetro, por subir a un cliente al taxi recién lavado, por llevar una vida disoluta, por meterse donde no lo llaman… “seguro que eres joto, joto y feo”… abierta en canal rodeada de su sangre coagulada debajo del puente que eleva al viaducto Tlalpan a la altura de Calzada del Hueso.
Quinto acto.
Un uniforme blanco, una mochila con un par de libros, los zapatos salpicados de isodine y un mp3 player en las orejas… “vengo bien cansada amigo, me llamas cuando lleguemos a avenida Tláhuac”, el sueño la venció, ni siquiera estuvo tan terrible la guardia, pero ese R2 de cirugía la tenía muerta, haciéndole coco-wash en el rol A-B-C deseándo terminar en la residencia con el uniforme quirúrgico desperdigado en el suelo, pero nada solo pláticas a la luz de la luna con el discurso de intelectual y médico barato; suficiente para que en la cama 308 un anciano solo se ahogara en su vómito. No despertó, siguió durmiendo, la franela impregnada de gasolina en la boca y la bolsa de plástico en la cabeza, permitieron su descanso sin interrupciones.
No hubo sexto ni séptimo acto, un claxonazo la sacó de mi sopor… tenía la vista clavada en las manos toscas y sucias del taxista, lo desproporcionado del tamaño de las palmas contra su huesudo cuerpo apenas disimulado por la ropa y la manera encorvada de sujetarse al volante… le extendió un billete de 200 pesos y le dio las gracias, a media mañana recordó que había abordado un “taxi seguro” de la central de autobuses y que el boleto ya estaba pagado.
My therapist said not to see you no more
She said you're like a disease without any cure
She said I'm so obsessed that I'm becoming a bore