Cuento largo, parte 2 de 2
Lupe
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Lupe era la tercera de los seis hijos de Josefina, la que se haría cargo de sus 3 hermanos más chicos cuando su mamá salía a trabajar y a la que tanto horror le daba la indiferencia de su padre, haciéndola crecer tímida e insegura aunque con una cintura capaz de hacer voltear a cualquiera.
No le veía el caso a enamorarse, estaba bien demostrado que eso acababa en desastre, no hacía falta más cosa que ver a su madre: sola, en medio de chiquillos pedinches, un quehacer interminable y la sensación de vivir en la nada.
Dos veces trató de apartarse de aquel vacío familiar yéndose de monja.... la primera vez no toleró la dieta de lentejas y habas ni el frío de la sierra con lo que trataban de templarle el carácter durante su estancia como novicia y la segunda, porque pese a la insistencia de las monjas, porque se dio cuenta que Dios no la amaría más de lo que pudiera hacerlo ella misma.
Volvió a su casa a hacer de la monotonía de la vida de su madre la suya propia, yendo del trabajo a su casa y de su casa al trabajo. Ahí era Lupita la seria, Lupita la eficiente, Lupita todas buenas palabras, mismas que le sonaban como cencerros: huecos y sin importancia..... hasta que llegó el nuevo gerente, alto, sereno, de ojos chiquitos y manos adorables con los que comenzó a cambiar la rutina dos veces a la semana.
Dos veces trató de apartarse de aquel vacío familiar yéndose de monja.... la primera vez no toleró la dieta de lentejas y habas ni el frío de la sierra con lo que trataban de templarle el carácter durante su estancia como novicia y la segunda, porque pese a la insistencia de las monjas, porque se dio cuenta que Dios no la amaría más de lo que pudiera hacerlo ella misma.
Volvió a su casa a hacer de la monotonía de la vida de su madre la suya propia, yendo del trabajo a su casa y de su casa al trabajo. Ahí era Lupita la seria, Lupita la eficiente, Lupita todas buenas palabras, mismas que le sonaban como cencerros: huecos y sin importancia..... hasta que llegó el nuevo gerente, alto, sereno, de ojos chiquitos y manos adorables con los que comenzó a cambiar la rutina dos veces a la semana.
Una pinche puta, se volvió su nueva descripción; a ella como siempre le importó muy poco el comentario, qué diablos si era casado, si estaba arruinando un matrimonio, qué diablos si por primera vez en la vida supo lo que era el cariño y porqué a veces oía que decían que no se gastaba.
Etiquetas: cuentos